jueves, 3 de septiembre de 2015

Mi vida en rosa

Soy un privilegiado. Tengo la enorme suerte de haber nacido y de vivir en el primer mundo, en democracia, dentro de una familia honrada y estructurada. Tengo cubiertas todas mis necesidades vitales, un trabajo con el que disfruto y salud para afrontar todo lo que pueda acontecer.

Puedo ducharme todos los días con agua caliente si lo deseo, decidir si ingiero comida casera o lo hago en un restaurante, elegir qué canal de televisión miro, navegar en internet sin censura e incluso publicar mis opiniones libremente.

No siento el miedo de una posible guerra cercana, ni del hambre o la inseguridad al salir a la calle. La gente que vive en mi entorno no arrastra odios encallados históricamente por decisiones políticas del pasado ni por motivos religiosos. Puedo, de hecho, declararme públicamente ateo sin mayor consecuencia que una pequeña discusión con mi padre.

Si me caso o no, o tengo novio o novia y vivo con él o ella sin registro matrimonial, tanto da. Puedo votar a Izquierda Unida o a un partido conservador. También elegir no votar, y todo ello sin que nadie me obligue directa o subrepticiamente a hacerlo.

Sé que si alguno de mis hijos, mi mujer o yo enfermamos, podemos acudir a un médico y desde luego, veo el riesgo de morir por una enfermedad que no haya podido ser tratada, prácticamente inverosímil.

Si fuera creyente debería dar gracias cada día de mi vida a ese Dios que el catolicismo se emperra en definir como regulador de la culpa y que, según ese mismo pensamiento, nos ha creado a su imagen y semejanza.

Pero es demasiado, no puedo hacerlo. No creo en ello, por más que me encantaría tener ese resquicio de abrigo al que acudir cuando no queda nada más: la fe.

Pero yo doy las gracias cada día, cuando me levanto y elijo la ropa que quiero ponerme y cómo combinarla. Pongo en marcha mi coche con la gasolina que he pagado sin problema y me dirijo al trabajo tras llevar a mis hijos al colegio que hemos elegido. Sé que por muchos y muy grandes problemas que ocurran en el día de hoy, al final del mismo o como máximo la semana o el mes en curso, estarán resueltos. Mi vida continuará siendo afortunada y nada perturbará ese mínimo básico de bienestar que el mundo privilegiado (la vieja Europa) nos proporciona.

Sí, definitivamente, he decidido dar las gracias a Europa, a ese sentimiento, de algún modo común, pero diverso, entre los habitantes de este viejo continente, otrora tremendo y temido por sus guerras encarnizadas pero ejemplo de convivencia y progreso hoy en día.

Sé que mañana seré tan afortunado como hoy, si no más, y es mi objetivo transmitir la enorme fortuna que tenemos a mis hijos para que ellos valoren cada día de su vida y todo lo que ella les da.

 El negativo de mi situación es la de mi amigo Abdul Karim: Palestino refugiado en Damasco, casado y con dos hijos de iguales edades a las de los míos, hemos trabajado juntos durante quince años.

Su casa ha sido abatida por los bombardeos del régimen de Bachar al Assad. Ha tenido que cambiar de domicilio cuatro veces en el último año huyendo de la guerra. Sus hijos no pueden acudir al colegio y todo el fruto de su trabajo ha sido destrozado.

Cuando hablo con él por skype siempre tiene una sonrisa y un comentario amable diciéndome que todos están bien y siguen vivos. Un comentario tan extremadamente duro e insituable en nuestra cultura como ése, es su saludo cotidiano. Mi estremecimiento, cuando lo escucho, queda enmascarado por esa pátina de tranquilidad que dan los miles de kilómetros que nos separan de la antaño espléndida Damasco.

Intuía que Abdul Karim tenía un espíritu positivo. Pero lo he descubierto ahora, precisamente en la adversidad y la penuria que le ha tocado involuntariamente vivir. Me ha demostrado que su carácter y posición ante la vida no ha cambiado. Y veo cuánto debo aprender de él. Yo, que aun siendo positivo y dando gracias por todo lo que tengo, acuso días de abatimiento y pesimismo sin medida.


Amigo, te doy las gracias por esa lección de vida y rezo al dios católico de la culpa, al musulmán de la entrega y a mi vieja Europa porque la guerra termine y tu vida vuelva a ser como te mereces.

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